Análisis del texto Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa.

 

Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa es el titulo de uno de los libros que considero más prominente para encaminar a los docentes a un encuentro consigo mismo y con su práctica para formar individuos libres y autónomos. El mismo es una producción del educador brasileño Paulo Freire, publicado en el año 2004, editado por Paz y Tierra en la ciudad de Sao Paulo.

Paulo Freire es considerado una figura de sapiencia, dedicación y creatividad en asuntos educativos; fué quizás el pensador más influyente en cuestiones educativas de finales del siglo XX, y uno de los más populares en asuntos relacionados con los educadores informales, con la necesidad del diálogo y con las reivindicaciones de los sectores menos favorecidos. Su titulo Pedagogía del Oprimido fué un elemento decisivo en su popularidad latina. En su texto Pedagogía de la Autonomía desarrolla  tres capítulos: No hay enseñanza sin aprendizaje; enseñar no es transferir conocimientos; y el proceso de educar es sólo una empresa humana. En estos tres capítulos desarrolla los  principios referidos a los saberes necesarios y a las condiciones para enseñar que deben asumir los docentes en América Latina para formar individuos más libres y autónomos.

A continuación se presenta un resúmen de esos principios o saberes.  

Desarrollo

En la primera parte de Pedagogía de la Autonomía, el autor desarrolla descriptivamente los saberes necesarios para la práctica docente de manera clara y explícita, sin desperdicios. Destaca  la importancia del papel del educador, su tarea docente es no sólo enseñar los contenidos, sino también enseñar a pensar correctamente. Condena la soberbia y la arrogancia, incita a lectura, a la verdadera lectura crítica. La mayor parte de estos saberes se resumen a continuación.  

Investigación dice que no hay enseñanza sin investigación ni investigación sin enseñanza. Esos quehaceres se encuentran cada uno en el cuerpo del otro. La indagación, la búsqueda, la investigación, forman parte de la naturaleza de la práctica docente. Lo que se necesita es que el profesor, en su formación permanente, se perciba y se asuma, por ser profesor, como investigador.

En relación a la capacidad crítica del docente, el autor expresa que en la diferencia y en la "distancia "entre la ingenuidad y la crítica, entre el saber hecho de pura experiencia y el que resulta de los procedimientos metódicamente rigurosos, no hay  una ruptura, sino una superación..

No habría creatividad sin la curiosidad que nos mueve y que nos pone pacientemente impacientes ante el mundo que no hicimos, al que acrecentamos con algo que hacemos.

Una de las tareas principales de la práctica educativo-progresista es exactamente el desarrollo de la curiosidad crítica, insatisfecha, indócil. Curiosidad con la que podemos defendernos de "irracionalismos" resultantes de, o producidos por, cierto exceso de "racionalidad" de nuestro tiempo altamente tecnificado. Y no hay en esta consideración ningún arrebato falsamente humanista de negación de la tecnología y de la ciencia. Al contrario, es consideración de quien, por un lado, no diviniza la tecnología, pero, por el otro, tampoco la sataniza. De quien la ve o incluso la escudriña de forma críticamente curiosa.

Etica y estética plantea que la necesaria promoción de la ingenuidad a la crítica no puede o no debe ser hecha a distancia de una rigurosa formación ética siempre al lado de la estética.

La travesía del conocimiento ingenuo al crítico ha de implicar una formación ética y estética; en oposición al adiestramiento técnico, si se respeta la naturaleza humana de los alumnos, la enseñanza de los contenidos ha de estar ligada estrechamente con su formación moral. Porque educar es formar y formar supone conocer profundamente, disponibilidad para la revisión de lo conocido, posibilidad de cambiar de opciones, de elecciones y el derecho a hacerlo, lo que no puede existir al margen de los principios éticos y estéticos por la belleza que implica la finalidad de justicia social.

 La práctica educativa tiene que ser, en sí, un testimonio riguroso de decencia y de pureza. Una crítica permanente a los desvíos fáciles que nos tientan, a veces o casi siempre, a dejar las dificultades que los caminos verdaderos pueden presentarnos. Si se respeta la naturaleza del ser humano, la enseñanza de los contenidos no puede darse alejada de la formación moral del educando. Educar es, sustantivamente, formar.

Invita a enseñar con el ejemplo para lo cual dice: El profesor que realmente enseña, es decir, que trabaja los contenidos en el marco del rigor del pensar acertado, niega, por falsa, la fórmula farisaica del "haga lo que mando y no lo que hago". Quien piensa acertadamente está cansado de saber que las palabras a las que les falta la corporeidad del ejemplo poco o casi nada valen. Pensar acertadamente es hacer acertadamente.

Riesgo, asunción de lo nuevo y rechazo de cualquier forma de discriminación dice que  es propio del pensar acertado la disponibilidad al riesgo, la asunción de lo nuevo que no puede ser negado o recibido sólo porque es nuevo, así como el criterio de rechazo a lo viejo no es solamente cronológico. Lo viejo que preserva su validez o que encarna una tradición o marca una presencia en el tiempo continúa nuevo.

También el rechazo definitivo a cualquier forma de discriminación forma parte del pensar acertadamente. La práctica prejuiciosa de raza, clase, género, ofende la sustantividad del ser humano y niega radicalmente la democracia. Cuan lejos estamos de ella cuando vivimos en la impunidad de los que matan niños en las calles, de los que asesinan campesinos que luchan por sus derechos, de los que discriminan a los negros, de los que subestiman a las mujeres.

El autor defiende que la gran tarea del sujeto que piensa acertada-mente no es transferir, depositar, ofrecer, dar al otro, tomado como paciente de su pensar, el entendimiento de las cosas, de los hechos, de los conceptos. La tarea coherente del educador que piensa acertadamente es, mientras ejerce como ser humano la práctica irrecusable de entender, desafiar al educando con quien se comunica y a quien comunica, a producir su comprensión de lo que viene siendo comunicado. No hay entendimiento que no sea comunicación e intercomunicación y que no se funda en la capacidad de diálogo. Por eso el pensar acertadamente es dialógico y no polémico.

La reflexión crítica de la práctica plantea que la práctica docente crítica, implícita en el pensar acertadamente, encierra el movimiento dinámico, dialéctico, entre el hacer y el pensar sobre el hacer. El saber que indiscutiblemente produce la práctica docente espontánea o casi espontánea, "desarmada", es un saber ingenuo, un saber hecho de experiencia, al que le falta el rigor metódico que caracteriza a la curiosidad epistemológica del sujeto. Éste no es el saber que busca el rigor del pensar acertadamente. Por eso es fundamental que, en la práctica de la formación docente, el aprendiz de educador asuma que el indispensable pensar acertadamente no es una dádiva de los dioses ni se encuentra en los manuales de profesores que intelectuales iluminados escriben desde el centro del poder, sino que, por lo contrario, el pensar acertadamente que supera al ingenuo tiene que ser producido por el mismo aprendiz en comunión con el profesor formador.

Es por eso por lo que el momento fundamental en la formación permanente de los profesores es el de la reflexión crítica sobre la práctica. Es pensando críticamente la práctica de hoy o la de ayer como se puede mejorar la próxima. El propio discurso teórico, necesario a la reflexión crítica, tiene que ser de tal manera concreta que casi se confunda con la práctica. Su distanciamiento epistemológico de la práctica en cuanto objeto de su análisis debe "aproximarlo" a ella al máximo. La asunción que el sujeto hace de sí en una cierta forma de estar siendo es imposible sin la disponibilidad para el cambio; para cambiar, y de cuyo proceso también se hace necesariamente sujeto.

 Conciencia del inacabamiento, implica ser conciente de aquello que es inevitable: la inconclusión, que es propia de la experiencia vital; porque donde hay vida hay inconclusión; sin embargo la capacidad de tomar conciencia de ello, es privativa del hombre. A partir de la existencia, el hombre fue creando el mundo, el lenguaje a través del cual le otorgó sentido y significado a las cosas y le permitió construir conocimiento; entonces, ya fue imposible "existir sin asumir el derecho o el deber de optar, de luchar, de hacer política. La conciencia del inacabamiento es lo que funda la educación como permanente, entonces, la formación como proceso continuo.

Lectura del mundo, comprensión del contexto, explicación de la situación, implica el conocimiento de la propia realidad histórica, en el marco de la totalidad; ello tiene un alcance muy amplio, leer el mundo implica comprenderlo y esto significa explicárselo. Esta explicación es posible a partir de las relaciones significativas que puedan establecerse entre la comprensión del contexto inmediato y de cómo se comprende, con el contexto de la globalidad. Es importante reconocer los límites de los saberes que ingenuamente se construyen a partir de la ideología dominante y que resultan insuficientes para explicar los hechos y avanzar hacia un conocimiento más objetivado, más científico y que responda a los auténticos intereses de los grupos, por ello más explicativo.

Convicción que el cambio es posible y asumir el compromiso de intervención, implica problematizar el presente y asumir el futuro como problema; reconocer que el mundo no "es" sino "está siendo" y por eso "puede ser" diferente, lo cual requiere de los sujetos no sólo su comprobación sino el compromiso de la intervención (de la práctica) para cambiarlo. Esto no es mera adaptación, en todo caso es adaptación como camino para una inserción que involucra, elección, decisión e intervención comprometida y responsable. En la formación, estudiar sólo para comprender, es insuficiente.

 Libertad y autoridad. Sólo en el reconocimiento de los límites de la libertad, se justifica la lucha por ella; cuando más se reconozca críticamente los límites de la libertad, habrá también mayor autoridad ética. Enseñar implica hacer posible que la necesidad del límite sea asumida éticamente por la libertad.

Coherencia entre el discurso teórico y las propias acciones. Cuando se enseña en el marco de la rigurosidad metódica, la coherencia entre lo que se enseña y el modo en cómo se enseña es condición necesaria; quien enseña buscando la seguridad en la argumentación, no puede caer en la contradicción en la práctica de los mismos principios que dice defender teóricamente; porque el alumno no sólo aprende el qué, sino también el modo en cómo lo aprende, incluida la actuación del profesor.

Compromiso, asumir las responsabilidades, con sus riesgos y posibilidades. Enseñar implica la problematización, el cuestionamiento permanente y el compromiso de la intervención lo cual supone un desafío permanente a lo establecido, un riesgo político; sin embargo también la posibilidad de la generación de nuevos conocimientos y de alternativas involucrando decisiones éticas que apuntan a la responsabilidad: hacerse cargo de las implicaciones de las decisiones.

Apertura y desafío ante los cambios y la novedad: enseñar con apertura implica al mismo tiempo, rechazo hacia la reproducción de un orden social vigente y hacia cualquier forma de discriminación, pero simultáneamente la posibilidad de formar competencias que conlleven a la elaboración de instancias superadoras de lo que se rechaza.

 Capacidad dialógica y afectividad: no es hablando a los otros, como portadores de la verdad como hay que enseñar; enseñar supone escuchar, porque es escuchando como aprendemos a hablar con los otros. El diálogo supone hablar con los alumnos como sujetos de la escucha y no como objetos de un discurso: es escuchando cuando el profesor puede ir transformando su discurso; escuchar no es sólo oír, es apertura al habla del otro con quien se puede acordar o disentir. En la relación dialógica se hace necesario la afectividad como condición de la cognoscibilidad; la apertura hacia los otros permite la comunicación pero también la afectividad. El afecto es componente fundante de la intersubjetividad formadora.

 Humildad, tolerancia y generosidad. Enseñar implica asumir explícitamente los límites de los saberes, su provisionalidad; humildad no es servilismo, es reconocer los límites y equívocos, pero también su posibilidad de superación. La tolerancia, implica reconocer diferencias y oposiciones, a la vez que rechazar toda forma de discriminación humana y ofrecer toda la cognoscibilidad para que los alumnos puedan construir las suyas orientados hacia una superación.

 Alegría y esperanza: Enseñar supone enfrentar con alegría la posibilidad de creación de nuevos conocimientos transformadores y la esperanza de construir con ellos alternativas para resistir obstáculos que se oponen a su búsqueda, a su praxis y a la libertad de los alumnos.

La propia autonomía y la contribución a la construcción de la autonomía de los alumnos. Enseñar es ayudar a construir nuevo conocimiento que los alumnos pueden resignificar significando gradualmente una mayor autonomía; en este proceso de posibilitar la autonomía a los otros, se implica también la mayor autonomía del profesor como profesional.

Solidaridad y colaboración en la defensa de los derechos profesionales. Enseñar no se restringe a la relación con los alumnos; implica también la participación con sus pares en la lucha en defensa de sus derechos y de su dignidad; lucha política que no es ajena a la propia profesionalidad dado que los docentes necesariamente "deben verse como profesionistas idóneos, pues es en la competencia que se organiza políticamente donde tal vez radica la mayor fuerza de los educadores

El autor destaca que el profesor que menosprecia la curiosidad del educando, su gusto estético, su inquietud, su lenguaje, más precisamente, su sintaxis y su prosodia: el profesor que trata con ironía al alumno, que lo minimiza, que lo manda ''ponerse en su lugar" al más leve indicio de su rebeldía legítima, así como el profesor que elude e! cumplimiento de su deber de poner límites a la libertad del alumno, que esquiva el deber de enseñar, de estar respetuosamente presente en la experiencia formadora del educando, transgrede los principios fundamentalmente éticos de nuestra existencia. Es en este sentido como el profesor autoritario, que por eso mismo ahoga la libertad del educando, al menospreciar su derecho de ser curioso e inquieto, tanto como el profesor permisivo rompe con el radicalismo del ser humano -el de su inconclusión asumida donde se arraiga la eticidad.
Es también en este sentido como la capacidad de diálogo verdadera, en la cual los sujetos dialógicos aprenden y crecen en la diferencia, sobre todo en su respeto, es la forma de estar siendo coherentemente exigida por seres que, inacabados, asumiéndose como tales, se tornan radicalmente éticos. Es preciso dejar claro que la trasgresión de la eticidad nunca puede ser vista o entendida como virtud, sino como ruptura con la decencia. 

 

Conclusiones

En el texto Pedagogía de la autonomía, Paulo Freire habla acerca de lo que los maestros deben saber, y de lo que deben hacer, en el proceso de la enseñanza y el aprendizaje, sobre todo cuando el énfasis está puesto en educar para lograr la igualdad, la transformación y la inclusión de todos los individuos en la sociedad. No justifica el analfabetismo o la no asistencia a las escuelas por la irresponsabilidad de los padres o por el resultado de sus bajos ingresos, porque para él la educación y las posibilidades que ella brinda de mejoramiento de la humanidad son fundamentales en su concepción sobre la liberación de los individuos y su inclusión en las sociedades. Tampoco justifica al maestro en su cultura del menor esfuerzo lo cual evidencia cuando dice: “que alguien se vuelva machista, racista, clasista, lo que sea, pero que se asuma como trasgresor de la naturaleza humana.
Que no me venga con justificaciones genéticas, sociológicas o históricas o filosóficas para explicar la superioridad de la blanquitud sobre la negritud, de los hombres sobre las mujeres, de los patrones sobre los empleados. Cualquier discriminación es inmoral y luchar contra ella es un deber por más que se reconozca la fuerza de los condicionamientos que hay que enfrentar. Lo bello de ser persona se encuentra, entre otras cosas, en esa posibilidad y en ese deber de pelear.
Saber que debo respeto a la autonomía y a la identidad del educando exige de mí una práctica totalmente coherente con ese saber.

Para él educar y enseñar demandan del diálogo y  respeto por el educando y por su concepción del mundo y señala que la educación basada en la interacción entre educar y aprender requiere seguir los siguientes pasos: observa un rigor metodológico; desarrolla la investigación; respeto por el conocimiento particular de cada estudiante; ejercita el pensamiento crítico; respeta la ética y estética; haz lo que dices y arriésgate aceptando lo nuevo, al tiempo que rechazas cualquier forma de discriminación; reflexiona críticamente acerca de las prácticas educacionales; y asume tu identidad cultural.

Es posible que todos los profesionales de la educación puedan leer este libro; ojalá que desencadenen la voluntad y actitud para hacerlo porque el acto educativo es un acto eminentemente humano, vivencial; la educación es más que una ciencia, es vida; por tanto el propio proceso educativo es un proceso de vida; requiere una profunda filosofía de vida que sirva de soporte al trabajo docente y a establecer una escala de valores a fin de poder seleccionar los saberes y valores esenciales y los medios más eficaces para alcanzarlos.